La caída de Edesa. El inicio del fin de una Era en Ultramar.
La Nochebuena de 1144, el señor de Mosul y Alepo: Zangi Imad al-Din, capturó la ciudad de Edesa por medio de un pavoroso y sangriento saqueo derrocando un territorio cristiano conocido como el Condado de Edesa, pequeño reino formado por los cruzados en Tierra Santa durante la Primera Cruzada acontecida de 1095 d.C. a 1099 d.C.
La derrota de los cristianos y la caída del condado determinó un nuevo rumbo en la guerra entre cristianos y musulmanes en Tierra Santa; lo que desencadenaría una nueva respuesta por parte del mundo occidental sobre los reinos de Ultramar o Estados Cruzados en el llamado hacia una nueva expedición o Segunda Cruzada.
Como reino cristiano conquistado por Balduino de Bolonia en 1098 d.C. en la Primera Cruzada, el Condado de Edesa se había convertido en un estado que protegía la frontera norte de los reinos europeos y la ciudad de Jerusalén, con un territorio de más de diez y seis mil kilómetros cuadrados ubicado en lo que hoy es el sur de Turquía. Junto al condado de Edesa estaban los reinos de Jerusalén, el principado de Antioquía y el Condado de Trípoli, formados por los cruzados tras la conquista de Jerusalén posterior al 1099 d.C.
El condado de Edesa, de todos estos reinos de Ultramar occidentales, era el más débil y el menos poblado; hecho que desencadenaba el ataque de los reinos musulmanes vecinos, especialmente los turcos selyúcidas.
Joscelino I de Courtenay , también conocido como: Joscelino I de Edesa, había sido el conde del condado desde el año 1119 d.C. y había emprendido acciones militares para defender Edesa y sus fronteras, obteniendo una victoria militar en la Batalla de Azaz contra los musulmanes en 1125. Sin embargo, durante un asedio en un castillo en el norte de Alepo resultó gravemente herido lo que le provocaría la muerte en 1131 d.C., sucediéndole ese mismo año su hijo Joscelino II de Edesa. Este último, el cuarto y último conde del aislado condado de Edesa. Joscelino II habría de defender sus dominios frente a los musulmanes tomando alianzas con reinos cristianos vecinos: el Principado de Antioquía, el rey consorte Fulco (Foulques) I de Jerusalén y Bizancio con el emperador bizantino del momento: Juan II Commeno. No obstante, Juan II y Fulco fallecerían tiempo después, dejando a Joscelino II sin aliados para defender Edesa en una condición precaria.
En este contexto, surgiría la figura de Zangi o Zengi (Imad ad-Din Atabeg Zengi) quien fuera gobernador de las ciudades de Mosul y Alepo, esta última cerca de los territorios cristianos de Ultramar, otorgadas por el sultán selyúcida Mahmud II por los favores recibidos por Zangi, situación que permitiría a este último unificar todo el territorio de Siria bajo su mando.
La defensa de los territorios sirios correspondió por lo tanto a Zangi, lo que le obligó a atacar las fronteras de Edesa y hacia el 24 de diciembre de 1144 d.C. con un ejército de treinta mil soldados, capturó la ciudad de Edesa y posteriormente buena parte del territorio del condado.
Joscelino II, mantuvo relaciones diplomáticas con los vecinos musulmanes y armenios, pero no pudo evitar que su condado fuera un blanco idóneo para las incursiones musulmanas del norte, el este y el sur, lo que debilitó el control político de Joscelino II sobre sus súbditos sirios y armenios y dificultó su capacidad de contratar mercenarios. La viabilidad del condado dependía grandemente de la posibilidad de recibir ayuda militar externa. La situación significativa del Condado de Edesa era que sus líderes francos eran poco numerosos y alzados sobre una base de aliados y súbditos que no eran francos (europeos), con pocos castillos de defensa como la fortaleza de Turbassel en su territorio y careciendo de los recursos financieros para costearlos. Joscelino II estableció alianzas con los musulmanes contrarios a Zengi, hechos que dieron al atabeg (gobernador) una excusa para atacar la frontera oriental del condado a partir del otoño de 1144, cuando el conde Joscelino se hallaba lejos de Edesa en una campaña de guerra contra Alepo. Edesa no resistió más de cuatro semanas y cayó en manos de Zengi en la Nochebuena de 1144. Joscelin retuvo la mitad occidental del condado, con capital en Turbessel.

Para el mundo islámico, la victoria de Zangi había sido un suceso que marcaba el júbilo de los musulmanes frente a los cristianos europeos; siendo considerada como la primera campaña exitosa de los turcos frente a los Estados Cristianos. Zangi perdería la vida dos años después, en 1146, asesinado por un sirviente al que había insultado y su hijo Nur al-Din tomaría el mando de la ciudad de Edesa y del amplio dominio de todo el territorio adyacente.
La noticia de la caída del condado pronto recorrió las comarcas aledañas y los peregrinos, mercaderes y espías llevaron las noticias hacia los otros reinos cristianos de Tierra Santa y al oeste en Bizancio y Europa. La caída del condado de Edesa y su ciudad fue recibido con preocupación por los reinos europeos y entre los círculos poderosos de la Iglesia Occidental se extendió la incertidumbre sobre la causa cristiana en Tierra Santa; ya que era reconocido que los reinos de Ultramar formados tras la Primera Cruzada estaban en franca desventaja rodeados por los reinos islámicos, necesitando del apoyo cristiano para su supervivencia en una asistencia continua de efectivos.
Bernardo de Claraval y los primeros llamados en Francia.
El papa en turno: Eugenio III, ante los acontecimientos, haría planes por medio de un nuevo llamado a la cristiandad para que se movilizara la idea de la recuperación de Edesa a través de una sola posibilidad: la causa de la cruz a través de una nueva expedición armada o Segunda Cruzada.
Doce meses después de la caída de Edesa, Luis VII, rey de Francia, hizo públicos sus planes de tomar la cruz y liberar el reino de Edesa en la Navidad del año 1145 y convocando a una asamblea en la ciudad de Vézélay para la siguiente pascua (Semana Santa) del 31 de marzo de 1146.

Bernardo de Claraval, teólogo y monje cisterciense, muy afamado por sus conocimientos en los asuntos de Europa y popular por su predicación cristiana, se presentaría en la asamblea para apoyar la causa de Luis VII, lo que hizo que una multitud de personas fuese a escucharlo.
El 31 de marzo de 1146, una amplia concurrencia atestó un campo en las afueras de Vézélay frente a un púlpito sobre una tarima con el rey sobre lo alto de la misma.
Bernardo, desde el púlpito, realizaría su famoso discurso con un llamado a los hombres cristianos a tomar la cruz y liberar la ciudad de Edesa con la promesa del «perdón de los pecados», el tránsito automático al cielo, la protección de las tierras y propiedades de los nobles y caballeros participantes de la expedición junto a un sermón sobre los peligros que amenazaban los territorios cristianos.
El discurso de Bernardo resultó tan convincente para los congregados que el mismo rey Luis VII se arrodillaría ante el monje vertiendo lágrimas de emoción con la subsecuente toma de la cruz por parte de muchos nobles miembros de la corte ante el júbilo de la multitud. Admirablemente la reina Leonor de Francia o Leonor de Aquitania, esposa de Luis VII, reconocida por su belleza, junto a las damas de la corte presentes adjunto a sus esposos en la multitudinaria reunión, tomaron los votos de la Cruz para formar parte del ejército de la liberación de Edesa, habiéndose postrado ante los pies de Bernardo de Claraval e iniciar posteriormente los preparativos para la peregrinación hacia Tierra Santa. La misma Leonor de Aquitania, al momento de la partida de las huestes de los cruzados desde el territorio franco meses después, marcharía a caballo junto a otras mujeres nobles vestidas con ropajes de guerra tal si fueran amazonas medievales.
Muchísimos de los asistentes, en el discurso de Bernardo de Claraval, se abrían paso entre los mismos congregados agolpándose e implorando tomar la cruz junto a nobles y caballeros cautivados y convencidos de las palabras y predicación del monje.
Con el éxito de Vézélay, Bernardo iniciaba una gira de discursos convincentes para promulgar el inicio de una nueva expedición a Tierra Santa en nombre de los baluartes cristianos, principalmente en las ciudades de Borgoña, Lorena y Flandes. Al mismo tiempo otros monjes de diversas localidades de Europa, lanzaban sus propios llamados a nobles, caballeros y habitantes para formar parte de la expedición, inspirados en la palabra de Bernardo de Claraval y obedeciendo la orden del papa Eugenio III, clamando por una nueva Cruzada de liberación.
Según las crónicas, la euforia resultó exorbitante entre aquellos dispuestos a tomar las armas en «nombre de Cristo» y los ánimos tomaron lamentablemente otros rumbos: Bernardo recibió durante su estancia en Flandes un mensaje urgente del arzobispo de Colonia quien le suplicaba no solo su predicación en tierras germanas sino su presencia para apaciguar a las masas que con los ánimos alterados por el llamado a la nueva cruzada habían iniciado ataques en las comunidades judías encabezados por fanáticos y oportunistas.
Bernardo, monje honesto, había declarado al mismo tiempo que estaba mal el ataque y la aniquilación de los judíos y arrebatar la vida a un hebreo era equivalente a hacerle daño al propio Cristo.
Los llamados en Alemania e Inglaterra. La cruzada británica en Portugal.
Bernardo predicaría afanosamente en Alemania convenciendo a muchos seglares a tomar los votos de la cruzada. Sin embargo, se tiene conocimiento que una parte del fervor religioso por la participación de la expedición armada hacia Tierra Santa estuvo impulsada entre algunos nobles, caballeros y ciudadanos por la búsqueda del pillaje y la obtención de mejores condiciones de vida. A tal expedición se unirían además no solo los más devotos al cristianismo con las mejores intenciones, sino también oportunistas, deudores que huían de sus acreedores y criminales que eran fugitivos de la justicia.
Bernardo predicó la causa ante el rey germano Conrado de Hohenstaufen, quien tenía por objetivos ser coronado como emperador por el Papa y a la vez obligar a Roger II de Sicilia a reconocer su supremacía debido a la rivalidad con este último; ya que Roger II deseaba mantener una independencia del reino de la isla ante la presión del rey alemán.
Conrado permitió que Bernardo predicara la nueva cruzada en la Dieta de Speyer hacia el 25 de diciembre de 1146 frente a una concurrencia celebrada en la catedral de la ciudad.
En la iglesia la multitud recibió el discurso de Bernardo con júbilo. Paradójicamente Conrado de Hohenstaufen se uniría a la expedición. Sus razones no están del todo claras y lejos de una verdadera devoción hacia la liberación de los santos lugares es muy posible que el rey germano buscara congraciarse con el papa Eugenio III y obtener el favor papal. Para el Papa, la situación de la incorporación de Conrado resultaba contraproducente; ya que temía que con el ingreso del rey alemán existiesen dos bandos en la cruzada: el francés y el germano, sujetos a rivalidades y divisiones. Al contingente germano se unirían los reyes de Bohemia y Polonia que reconocían la soberanía del monarca alemán y Federico Barbarroja, sobrino y heredero de Conrado, quien en el futuro sería el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y como partícipe de la Tercera Cruzada.

Luis VII y Conrado Hohenstaufen fueron considerados para la empresa como «poderosos soldados de la cristiandad» al mando de sus respectivos ejércitos a liderar, hecho que llegó a oídos de Inglaterra.
Los nobles de la aristocracia inglesa contaban en una división interna en las rivalidades de la corona del rey Esteban y la reina Matilde en un conflicto de luchas esporádicas entre lealtades e intereses. Muchos barones ingleses de origen normando decidieron tomar la cruz de Cristo y liberar Tierra Santa ante el llamado del Papa, los discursos de Bernardo de Claraval y el ejemplo del numeroso contingente de nobles y caballeros de Francia y Germania que comenzaban a bordar el emblema de la cruz en sus mantos y ropajes; además, cautivados por la idea del botín y tierras que pudieran conseguir en la empresa.
Entre los congregados estaban el obispo de Chester: Rogelio Clinton; también Enrique de Glanville liderando un contingente de Norfolk y Suffolk; Simón de Dover liderando un ejército de Kent; el Maestro Andrés a cargo de un contingente de Londres; los hermanos Guillermo Veal y Radulfo Veal dirigiendo un ejército de Southampton.
Los ingleses emprendieron la cruzada por medio de la ruta oceánica hacia la península ibérica con el objetivo de abordar la vía del Mediterráneo.
Hacia el mes de junio los navíos ingleses bordeaban la península ibérica cuando fueron sorprendidos por una tormenta que los obligó a tomar refugio en tierras portuguesas de Oporto, cuyo conde, Alfonso Henriques deseaba extender sus dominios limitados al este por el reino de León y Castilla y al sur por los dominios musulmanes de Lisboa a orillas del rio Tajo.
Todo indica que el obispo de Oporto incidió a que los ingleses batallaran en tierras portugueses contra los musulmanes en función de sus votos de liberación de los Santos Lugares. Granville influyó sobre el ejército inglés a luchar por el reino portugués en la búsqueda de tierras y botín.
La flota inglesa se desplegó sobre la ciudad costera de Lisboa en plan de conquista. Los fieros contingentes ingleses se arrojaron sobre la ciudad defendida por los musulmanes. Los combates y el asedio tuvieron una duración de cuatro meses hasta que los ingleses sobrepasaron las murallas y conquistaron Lisboa. Como resultado las fronteras de Portugal se extendieron hacia el sur y la mayoría del ejército inglés aceptó la hospitalidad de los portugueses para radicarse en sus territorios, mientras que otros prosiguieron con la cruzada.
Rumbo a Tierra Santa. La fallida ruta de Conrado y los cruzados.
Para entonces, desde mediados de mayo de 1147 d.C. el ejército alemán comandado por el monarca Conrado partió desde tierras germanas avanzando hacia el sur de Europa con un aproximado de 20,000 efectivos conformados además de los soldados germanos, de voluntarios de Hungría y los Balcanes. Aquel ejército redundaba en momentos de indisciplina y rivalidades.
Muchos de los voluntarios cruzados saqueaban poblados en su camino y tomaban bienes y alimentos de los pobladores como suministros sin retribución alguna a los habitantes.
En el camino, los cruzados fueron recibidos por el rey Geza II de Hungría con amabilidad permitiéndoles el paso por sus dominios.

El grueso del ejército alcanzó posteriormente los límites del Imperio Bizantino en la región de Bulgaria, provincia de Bizancio en aquella época. Conrado recibiría una embajada de representantes del emperador bizantino Manuel, a quienes aseguró que deseaba ingresar a tierras bizantinas en su camino hacia Tierra Santa, argumentando que sus intenciones eran pacíficas y que no emprendería acciones injuriosas para el Imperio Bizantino.
Pese a ello, el emperador Manuel, receloso y guardando sospechas con los cruzados occidentales, ordenaría que una escolta de soldados bizantinos guiara y resguardara al ejército germánico en dirección de Anatolia por la ruta de los Dardanelos. Empero, acontecieron casos de incendios y disturbios provocados por los cruzados en poblaciones en su camino obligando a Conrado a castigar a los responsables para imponer la disciplina.
Hubo casos de indisciplina cerca de la ciudad de Filipópolis consistentes en escaramuzas entre soldados alemanes y bizantinos. En el trayecto unos bandoleros asesinaron a un noble alemán en un monasterio en la ciudad de Adrianópolis y en represalia el duque Federico dio fuego al monasterio con sus ocupantes al interior; al mismo tiempo Federico se enfrentó al general bizantino Prosouch en una reyerta. Ante la situación, Conrado guiaría a su ejército no a través de los Dardanelos según lo requerido por el emperador bizantino Manuel, sino en dirección de Constantinopla, alcanzando la ciudad hacia mediados del 10 de septiembre de 1147. Para este tiempo un grupo de cruzados franceses se había adelantado a la partida del rey Luis habiendo alcanzado Constantinopla entrando en conflicto con los cruzados alemanes. Manuel acogió con frialdad al ejército cruzado y a la vez pidiendo a Conrado que dejara parte de su ejército en Bizancio su ayuda para defender las tierras de Grecia que en aquel momento estaban siendo atacadas por Roger II de Sicilia. Conrado se negó a la petición. La planificación era que el ejército francés y alemán marcharían desde Bizancio juntos hacia Tierra Santa; pero Conrado no pudo esperar más tiempo y decidió proseguir la marcha. Manuel no tuvo más remedio que apresurarse a auxiliar a los germanos para que cruzaran el estrecho que separa la ciudad de Anatolia.
El 15 de octubre de 1147 los alemanes cruzados se encontraban en la ciudad de Nicea listos para la siguiente etapa del viaje hacia Edesa. El emperador Manuel había aconsejado que toda l fuerza expedicionaria tomara la ruta de la costa; pero Conrado obvió el consejo y, paradójicamente, dividió su ejército en dos fuerzas expedicionarias; una de estas, guiada por el mismo monarca germano, decidió seguir el camino sureste sobre Anatolia, es decir, la misma ruta que antaño los cruzados habían utilizado en la Primera Cruzada, buscando atacar esta ocasión la ciudad de Iconio, capital del reino selyúcida de Rum. El otro contingente alemán fue liderado por el obispo Otto de Freising tomó la ruta del mediterráneo.
Diez días después, el 25 de octubre de 1147, el ejército de Conrado alcanzaba las inmediaciones de Dorilea, escenario de la primera victoria de los cristianos de la Primera Cruzada. En este punto tomaron un descanso para que los efectivos tomaran agua y abrevaran a los caballos rompiendo filas.
Los árabes selyúcidas, cuyos territorios limitaban con el Imperio Bizantino y cuyos efectivos habían espiado y seguido el recorrido de los cristianos por medio de tropas de reconocimiento, optaron por atacar el contingente occidental en el descanso, dando lugar a la Segunda Batalla de Dorilea. La táctica habitual de los turcos selyúcidas fue fingir una retirada al momento que la caballería germana iniciaba su ataque ofensivo y volver a atacar a la pequeña fuerza de caballería alemana que los perseguía al momento que había separado del ejército principal. El ejército germano fue diezmado y Conrado ordenó una lenta retirada de regreso a Constantinopla. En su escapatoria el ejército cruzado fue diariamente hostigado por los turcos, que atacaron a los rezagados y vencieron a la retaguardia germana.
El impacto del ataque fue efectivo y los selyúcidas derrotaron a los cruzados causándoles numerosas bajas entre sus filas. Conrado fue herido durante la retirada rumbo a Nicea. En esta última ciudad tomaría refugio. Se cree que hubo numerosos capturados cruzados, tanto tras la batalla en Dorilea como durante la huida, los cuáles fueron convertidos posteriormente en esclavos.
Conrado aguardaría en Nicea hasta la llegada del ejército cruzado francés de Luis VII al cuál se uniría.
A futuro, Conrado lograría recuperarse hacia finales de marzo de 1148 y embarcaría con su contingente ya diezmado en barcos bizantinos rumbo a la ciudad de Acre, arribando a esta ciudad costera a mediados de abril.
El camino de los franceses cruzados.
Los cruzados franceses habían emprendido camino hacia el 8 de junio de 1147 desde la ciudad de Metz con voluntarios franceses y otros más provenientes de Lorena, Aquitania, Borgoña y Britania. El mismo papa Eugenio había entregado en iglesia de San Denis el tradicional bastón y el morral del peregrino al rey Luis como símbolos de su peregrinaje en un acto ceremonial. El abad Suger quedaría como regente del reino. Bajo los vítores de los asistentes el Papa dio su bendición al rey quien con su ejército alcanzarían Constantinopla a mediados de octubre de 1147 donde Luis sería bien recibido por el emperador.
Para este tiempo el Manuel había detenido sus ataques contra el Sultanato de Rum de los selyúcidas; hecho que molestó a los cruzados franceses, considerándolo una traición, y exigieron al rey Luis atacar Constantinopla. Los legados papales frenaron los ímpetus de los cruzados; no obstante, el hecho haría que los cruzados recelaran de los bizantinos.

Desde Constantinopla los cruzados franceses pasarían a Nicea donde encontraron los restos del ejército de Conrado. Este último y sus pocas tropas se unieron a las fuerzas del monarca francés. Las tropas cruzadas siguieron la ruta tomada por Otto de Freising por la costa mediterránea y llegaron a Éfeso en diciembre de 1147, desde donde supieron que los turcos se preparaban para atacarles. Al mismo tiempo el rey Luis VII recibía a los embajadores del emperador Manuel, quien se quejaba de los saqueos de las tropas cruzadas por el camino. Luis, y el resto de los expedicionarios, se dieron cuenta que los bizantinos no les ayudarían en caso del ataque selyúcida y algunos nobles y demás cruzados creían que el monarca bizantino les estaba traicionando junto con los turcos selyúcidas. Mientras tanto, Conrado había enfermado progresivamente de gravedad por las lesiones recibidas en Dorilea. El emperador Manuel, al saber del grave estado de salud de Conrado, mandaría una expedición para buscarlo y trasladarlo a la ciudad de Constantinopla para su tratamiento.
Luis, sin prestar atención a las amenazas de un ataque turco, partió de Éfeso y desde ahí abandonarían la ruta de la costa rumbo a Edesa. Manuel no ayudó en este punto a los cruzados occidentales, situación que molestó a los franceses y a los diezmados alemanes.
Hacia inicios de 1148 la fuerza de cruzados liderada por Otto de Freising fue aniquilada por los selyúcidas cerca de Laodicea. Solo un grupo de sobrevivientes, entre ellos Otto, lograrían alcanzar Jerusalén.
Hacia mediados de enero de 1148 d.C. el ejército francés sería atacado por los selyúcidas tras la derrota de los cruzados de Otto de Freising en la zona. El ejército cruzado continuaba la marcha, y a su paso eran atacados por los selyúcidas.
La reina Leonor y sus damas de compañía ya no contaban con la imagen de las amazonas de Vézélay y eran transportadas en literas a través de los inhóspitos y montañosos parajes. Además de las duras condiciones del camino, el ejército cruzado francés era agobiado por escases de agua, alimentos y el duro clima.

El contingente francés alcanzó el puerto de Antalya donde Luis VII exigiría el transporte en barco de las fuerzas bajo su mando; pero solo consiguieron unos pocos navíos que transportaron únicamente a la familia real y una fuerza de caballería hasta San Simeón, el puerto de Antioquía, hacia el 19 de marzo de 1148, donde fueron recibidos por Raimundo de Poitiers, príncipe de Antioquía y tío de la reina Leonor. Al resto del ejército francés rezagado marcharían por tierra hasta Antioquía a través de las peligrosas rutas montañosas.
La situación del reino de Antioquía era peligrosa, ya que mantenía conflictos con los musulmanes de Alepo bajo el mandato de Nur Al-Din, rival temido por los cristianos, e inclusive, por los musulmanes de Damasco. Estos últimos, temerosos de las ambiciones de Nur al- Din, habrían propuesto una alianza con los cristianos de Ultramar para frenar las actividades bélicas del líder de Alepo.
En una carta del rey Luis VII, enviada al abad Suger, quien había quedado como regente del reino, el monarca francés admitía los errores estratégicos cometidos y a la vez culpaba al emperador Manuel de la situación de los cruzados; ya que nunca les había prestado ayuda. Sin embargo, el rey se mostraba indeciso en el siguiente movimiento a realizar. Al parecer, Raimundo solicitaba el apoyo hacia el conflicto con Alepo; mientras que Joscelino de Edesa, dirigente exiliado del condado caído cuya causa había originado la Segunda Cruzada, clamaba por la intervención de la expedición hacia el objetivo de la liberación del condado de Edesa para lo cual había sido fijada.
Leonor comprendería la situación militar que la fuerte presión de Alepo mantenía sobre Antioquía, por lo que intervino sobre su esposo Luis VII, en favor de su tío, para defender la causa de la protección del reino de Antioquía y luchar contra Nur al-Din, la amenaza de Alepo y con ello liberar Edesa del yugo musulmán.
Al mismo tiempo aparecía en Antioquía una delegación de Jerusalén, encabezada por el patriarca Fulco, quien solicitaba la ayuda del monarca francés. Luis VII, ante el hecho, inició los preparativos organizando a su ejército optando por auxiliar al reino de Jerusalén y no al Principado de Antioquía. Parte de la decisión tomada se debió a que Luis deseaba cumplir sus votos de peregrinaje en la Santa Ciudad donde alguna vez estuvo Jesucristo. La reina Leonor, enfadada, replicaría que no abandonaría Antioquía y que solicitaría el divorcio ante Roma de su matrimonio con Luis, dado que este no apoyaría a su tío Raimundo en la lucha contra Alepo y Nur al-Din. Como respuesta, Luis VII arrastraría a su esposa a la fuerza alejándola del palacio de Raimundo y partiendo con sus tropas rumbo a Jerusalén. Estos últimos acontecimientos conflictivos entre la pareja real ocasionarían una irremediable separación entre los mismos. Otros rumores apuntan que el desacuerdo entre Leonor y Luis tuvo por causa una supuesta relación incestuosa entre Leonor y su tío Raimundo de Poitiers, donde este último habría seducido a su sobrina, hecho que molestaría a Luis VII, obligándo a su esposa a retirarse de Antioquía y no prestar ayuda a Raimundo como venganza por el hecho.
Se ha sugerido por algunos historiadores que los desacuerdos entre la reina Leonor y Luis VII a partir de este suceso por la defensa de Antioquía ocasionarían a largo plazo la brecha de los futuros conflictos entre Francia e Inglaterra en la Europa Medieval. Leonor era proveniente del ducado de Aquitania, donde existía el derecho que la mujer podía heredar y administrar sus propiedades; por lo que Leonor podía regir sobre Aquitania sin la intervención del rey francés según las leyes adscritas del ducado aquitano. El padre de Leonor, Guillermo X, duque de Aquitania y de Poitiers, habría estipulado en su testamento que el ducado de Aquitania, pese al matrimonio entre su hija con Luis VII, no debía integrarse a los dominios del reino francés, sino que debía ser independiente y que su regencia debía estar a cargo únicamente a manos de Leonor y sus herederos. Con estas condiciones, cinco años después de finalizada la Segunda Cruzada, Leonor se divorciaría de Luis VII y Aquitania quedaba por lo tanto independiente de los dominios reales de Francia. Leonor tomaría un nuevo matrimonio con Enrique II, conde Anjou y Maine y duque de Normandía. Enrique II se convertiría en rey de Inglaterra en el futuro, por lo que sus vastos territorios en Francia desde el Loira hasta los Pirineos se integraban a su Imperio Angevino y por lo tanto pasaban a manos de sus herederos.
A corto plazo y como consecuencia inmediata, el príncipe Raimundo de Poitiers se tornó furioso ante la negativa de Luis VII de ayudarle en su guerra contra Alepo. Algunos historiadores han sugerido que el cambio radical de esta decisión, no liberar el Condado de Edesa y buscar otros objetivos, contribuyó en gran medida al desenlace de la Segunda Cruzada; ya que Luis, Conrado y el resto de cruzados y cristianos en Tierra Santa obviaron el hecho de formar alianzas con Damasco para luchar contra Alepo.
El Camino de Damasco. El inicio del desastre.
Hacia el 24 de junio de 1148 aconteció en la ciudad de Acre un Gran Consejo de los máximos dirigentes de los reinos de Ultramar, entre reyes, nobles, caballeros y religiosos, precedido por la reina Melisenda de Jerusalén y su belicoso hijo Balduino III, este último quien había recibido varias derrotas frente a los musulmanes. Al Consejo se unieron Conrado y su sobrino Federico, Luis VII, el Gran Maestre de los Caballeros Templarios: Robert de Craon, el Gran Maestre de los Caballeros Hospitalarios: Raimundo del Puy de Provence, entre otros.

El consejo debía establecer la preservación de los reinos cristianos ante la situación de la evidente desventaja frente a los reinos musulmanes; pero lejos de comprender el ambiente hostil de Tierra Santa al cual estaban sometidos los reinos cristianos de Ultramar, en lugar de optar por la diplomacia y la búsqueda de alianzas, los líderes cristianos optaron por la beligerante causa de «combatir al Infiel» ya que su credo y misión así lo exigía.
Esto les llevó a rechazar todo acuerdo de alianzas con Damasco para juntos luchar contra el poderoso Nur al-Din de Alepo y, en su lugar, decidieron por atacar Damasco ya que el reino de Jerusalén consideraba a este territorio musulmán como una amenaza emergente para su seguridad; de tal forma que los cruzados dirigieron sus esfuerzos bélicos en combatir a Damasco iniciando su primer ataque a la ciudad del Emir Unur, quien paradójicamente tenía como único deseo la diplomacia con los cristianos. Parte de la decisión provenía de los intereses del rey Balduino III de Jerusalén y los caballeros templarios quienes deseaban conquistar Damasco; estos últimos, muy posiblemente, por su valor estratégico en una expansión hacia el este. Raimundo de Antioquía se negó a participar del futuro conflicto al igual que el exiliado Joscelino II de Edesa. Ambos no se habían presentado al Gran Consejo de Acre.
Por otro lado, el camino a Damasco era un territorio simbólico; puesto que fue en ese trayecto, ahora bajo el dominio musulmán, donde según las Santas Escrituras el apóstol San Pablo había tenido la visión de Cristo resucitado que lo había llamado para seguirle.
Para julio de 1148, después de la Asamblea de Guerra en Acre, el ejército del reino de Jerusalén al mando de Baulduino III se unirían a los ejércitos de Conrado de Alemania y Luis VII de Francia e iniciarían una campaña de guerra contra Damasco.
Los primeros golpes del contingente europeo consistieron en atacar los jardines de huertas a las afueras de la ciudad amurallada de Damasco, haciendo retroceder a varios cuerpos de atacantes y arqueros que efectivamente situados atacaban al ejército cristiano con lluvias de flechas. Para la noche del 24 de julio de 1148 el ejército cruzado había obligado al contingente musulmán de la ciudad a replegarse tras sus murallas y librando los jardines alrededor de la ciudad de los arqueros que hostigaban el campamento cruzado. En un principio, a este punto, la caída de la ciudad parecía inminente.

El Emir de Damasco, desesperado ante la situación, pidió auxilio al Nur Al-Din en Alepo. Sin embargo, los cruzados, pese a sus efectivos, no habían rodeado la ciudad de Damasco por completo.
Nur al-Din aceptó la propuesta de Damasco a cambio, evidentemente, de la sumisión de la ciudad a su mandato, hecho que Damasco aceptó. Nur al-Din envió en primera instancia un grupo de avanzada mientras preparaba al grueso de sus tropas. Este grupo de efectivos de Alepo llegó antes de lo previsto a Damasco y entraron en la ciudad justo por el sector que los cristianos no habían alcanzado a rodear sin hallar resistencia.
El próximo paso del conflicto fue iniciado por los musulmanes ubicando efectivos de arqueros en los jardines alrededor de la ciudad para atacar a los soldados cruzados.
En una nueva asamblea de guerra, los ejércitos cristianos se decidieron por desplegar sus tropas a la llanura al este de la ciudad. Muchos cruzados hicieron notar que esta era una mala decisión; ya que, si bien quedaba fuera del hostigamiento de los arqueros en los jardines y las flechas arrojadas desde las murallas, en cambio ahora el enemigo tenía mayor campo de maniobrabilidad para mandar un ejército en su contra.
Los cruzados peregrinos sospecharon que aquella decisión correspondía a una traición por los nobles locales y atribuían el mal consejo al haber sido sobornados por el Emir de Damasco en un intento por desestabilizar al ejército cristiano. Por el contrario, los cristianos locales replicaron que sus intereses estaban afectados debido a que tras una efectiva conquista de Damasco, la ciudad sería entregada al conde de Flandes.
Estas suposiciones originaron rivalidades y desacuerdos entre los cruzados desatando un ejército dividido en facciones. Por otro lado, estaba la duda sobre quien gobernaría la ciudad de Damasco en dado caso fuera conquistada, lo que exacerbaba la desconfianza entre los cruzados participantes.

Al mismo tiempo se sabía entre los cruzados que el ejército de Alepo, comandado por el mismo Nur al-Din, se dirigía hacia el sur en ayuda a Damasco.
La noticia del avance del ejército de Alepo había hecho recapacitar tarde a los cruzados, pues estos se dieron cuenta que Nur al-Din ganaba en su ayuda a Damasco no solamente la sumisión de todo un reino musulmán, sino que además expandía sus fronteras y consolidaba e incrementaba su hegemonía frente a los estados cristianos.
Conrado y Luis, viéndose sin un verdadero apoyo local, sin efectivos suficientes ante el ejército de Nur al-Din y sin contar con refuerzos desde el exterior, acordaron capitular la cruzada y organizar la retirada, hecho que supuso una humillación más grave que la derrota; por lo que muchos cruzados optaron por hacer sus preparativos para retornar a sus países y, a pesar de la indignación sufrida y la derrota militar, consideraban que sus votos habían sido cumplidos.
Luis VII pasaría cierto tiempo en el reino de Jerusalén zarpando rumbo a Europa durante el mes de julio de 1149 en una embarcación de Roger II de Sicilia con una escala en la isla.
En octubre de 1149, de camino a Francia, Luis VII y Leonor fueron recibidos por el Papa Eugenio en su palacio en el sur de Roma. El pontífice se negó a los requerimientos del divorcio de Leonor mientras que Luis solicitaba una reconciliación.
A pesar de ello, Leonor y Luis llegaron a Francia hacia noviembre de 1149 donde fueron recibidos con una ceremonia. Inclusive se acuñó una moneda conmemorando la cruzada donde el rey aparecía victorioso.
No obstante, los más sensatos círculos de dirigentes entre nobles y prelados culpaban del fracaso de la cruzada al mismo Luis VII mientras que otros a Leonor. Algunos más, como el mismo Bernardo de Claraval, quien perplejo por el mal término de la expedición y el acontecimiento que era interpretado como que Dios no hubiera permitido el éxito de la misión, culpaban el fracaso de la cruzada al imperio Bizantino y al emperador Manuel en una supuesta perfidia bizantina contra Occidente.
A futuro, Luis VII haría esfuerzos ante los problemas de su reino sin arriesgarse a recibir nuevamente otra humillación en el extranjero tras la amarga experiencia. Luis VII y Leonor volverían a pisar París el 11 de noviembre de 1149.
Conrado de Alemania había abandonado Tierra Santa antes que Luis VII desde Acre rumbo a Salónica desde septiembre de 1149 donde encontraría una delegación del emperador Bizantino Manuel aguardándole para invitarlo a pasar la Navidad en Constantinopla como huésped. El rey germano aceptaría la invitación recordando la hospitalidad del emperador durante su enfermedad y reconociendo que él tuvo parte de responsabilidad en el desastre de la cruzada al no haber considerado el consejo de Manuel de tomar la vía de la costa de Anatolia en lugar del camino sureste tomado por los cristianos de la Primera Cruzada. Durante su estancia en Constantinopla, ambos monarcas llegaron a varios acuerdos, entre estos, acordaron un matrimonio entre el hermano de Conrado, Enrique de Austria, con la sobrina de Manuel, Teodora; acontecimiento que selló una alianza entre el rey germano y el soberano griego.
A pesar de la situación, existía entre las filas de los germanos cierta animadversión; entre estos Federico, sobrino del rey, quienes consideraban el desastre de Dorilea durante la Segunda Cruzada como responsabilidad de los bizantinos.
Conrado de Alemania se negaría, tras la amarga cruzada, a dejarse convencer por los argumentos de monjes como Bernardo de Claraval en contra de sus intereses y, posiblemente, aprendiendo de los errores de la expedición, tomó alianza con el emperador Manuel del Imperio Bizantino para rivalizar contra su viejo enemigo: Roger II de Sicilia; este último también enemigo de Manuel I Comneno al haberle arrebatado a Bizancio el antiguo dominio de la isla, de tal forma que ambos acordaron el inicio de una campaña de guerra contra Roger durante la estancia del gobernante germánico en la Navidad en Constantinopla. Conrado retornaría a Alemania en 1149.
Parte de la derrota de los cruzados en esta expedición resultó por causa de un mal liderazgo por falta de previsión ante los ejércitos musulmanes, la confianza excesiva de los cruzados, una carencia de preparación estratégica de las tropas, la continua toma de malas decisiones y la superposición de intereses y rivalidades sobre un bien común.
Sin embargo, el acontecimiento primordial que llevó a la derrota de los cruzados fue el rechazo de los peregrinos europeos y los reinos cristianos locales a los llamados de paz de Damasco con los cristianos para enfrentar a Nur al-Din y la reticencia de pactar alianzas con los árabes en función de sus rivalidades y prejuicios. Una oportuna alianza entre Damasco y los reinos cristianos contra Alepo y Mosul, no hubiera detenido la progresiva expansión musulmana; no obstante, hubiera otorgado un período de paz para los reinos cruzados, lo que podría haber sido un respiro y permitido una recomposición y organización de sus fuerzas.
Bibliografía:
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-Madden. Thomas F. «Las Cruzadas. Cristiandad. Islam. Peregrinación. Guerra». Editorial Blume. España. 2008.
-Tyerman, Christopher. «Las Guerras de Dios. Una Nueva Historia de las Cruzadas». Editorial Crítica. Barcelona, España. 2010.
-Riley-Smith. Jonathan. «¿Que fueron las Cruzadas?» Editorial Acantilado. España. 2012.